lunes, 22 de abril de 2019

La Pasión recordada por María la de Cleofás




Pasión según san Juan (18,1–19,42), recordada un año después por María la de Cleofás, tía de Jesús de Nazaret.
Pascua familiar 2019. Villafranca de los Barros.



Pronto será la Pascua, pero este año no iremos a Jerusalén …

Pronto hará un año de tu martirio y, aunque te hemos visto e intentamos comprender, seguimos sin entender nada. Dolería demasiado volver a ver los mismos paisajes, las mismas calles por las que anduviste ensangrentado, las mismas caras que gritaron contra ti, ávidas de sangre y espectáculo, la misma colina donde te vimos destrozado y expuesto.


Te hemos visto después, pero el dolor no se borra, quizá se atenúe más adelante … De momento, sigue impregnado el aire que respiramos y aquel día continúa fijado en el tiempo. Demasiado horror, demasiado odio, demasiado sinsentido para poder asimilarlo en una vida, en miles de vidas.

Tus amigos nos han contado cómo te prendieron, en aquel huerto donde fuiste a rezar con ellos, y ellos se quedaron dormidos … ¿por qué no nos llevaste a nosotras? ¿a tu madre, a tu tía, a María de Magdala? Nosotras te hubiéramos acompañado solícitas y en silencio, como hacíamos siempre, y hubiéramos plantado cara a Judas y a todos, sin importarnos las consecuencias. Lo sabes bien, quizá por eso no nos llevaste …

Judas, menudo hijo de Satanás, ¿cuándo podré perdonarle? Sé que tú ya lo hiciste, pero yo sigo viendo su cara de falso, aquella sonrisita repugnante, y se me agolpa la bilis en la garganta. Te lo advertimos muchas veces: “ese discípulo tuyo no es de fiar, solo hay que mirarle a los ojos, esa mirada esquiva no me gusta nada”, te decía tu madre. Yo también te lo decía, desde el principio intuí que era un alma llena de ponzoña…

Nosotras le hubiéramos plantado cara, yo le hubiera recordado todo lo que tenía que agradecernos y hasta le hubiera abofeteado como a un niño insolente. ¡Habrase visto semejante piltrafa humana! Te hubiéramos protegido contra todo, aún a riesgo de perder nuestra honra. Quizá por eso no nos llevaste.

Aquellos días alegres que se oscurecieron de pronto cuando te vimos destrozado, vilipendiado, tratado como un guiñapo, un trozo de carne sin alma. ¿Dónde estaba la piedad que nos enseña Yahvé? ¿Dónde lo que nos enseñaron los profetas? Esos jerarcas nuestros lo olvidaron todo de repente.


C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ «¿A quién buscáis?»
C. Le contestaron:
S. «A Jesús, el Nazareno.»
C. Les dijo Jesús:
+ «Yo soy.»
C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ «¿A quién buscáis?»
C. Ellos dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno.»
C. Jesús contestó:
+ «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos»
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste.» Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?»


Nos contó Juan cómo te llevaron a casa del sumo sacerdote… ¡el muy hijo de todos los demonios! Hace poco nos dijeron que murió, y reconozco que me alegré. Sé que no está bien, pero pasé un día estupendo pensando cómo se retorcerían sus huesos en el infierno, como en aquella historia que nos contaste del rico Epulón y el pobre Lázaro. Ya sé que solo Dios es justo, que con la medida que midamos se nos medirá y todo eso… pero yo me alegré como tía tuya que soy. ¿Cómo no pudo ver que eras tan de Dios? ¡Si eres más bueno que el mismo pan! Se daba cuenta una solo con verte sonreír, con verte abrazar a los niños, con escucharte contar tus historias del campo … Todo se llenaba de Dios cuando tú hablabas, todo resplandecía alrededor … pero ellos solo consiguieron ver en ti una amenaza. Tan cegados están por el poder y el dinero, que no ven a Dios ni de lejos.

¡Cuánta razón tenías!: “los poderosos os oprimen y os maltratan, que no sea así entre vosotros”. Esos hombres nunca tienen suficiente, ni un denario se arriesgan a perder, ni una pequeña desobediencia consienten, no se les vaya a descontrolar el chiringuito … y la cosa no cambia. ¡AY LOS HOMBRES Y SUS AFANES! Muchas veces te dije que la mayoría de ellos son una prueba que Yahvé nos pone en el camino.

Porque luego tenemos a tus discípulos, ¿es que no los había más cobardes? Me indigno todavía pensando lo solo que te dejaron. A Simón el Piedra aún no se le ha borrado la vergüenza de la cara. Hasta tres veces te negó, con lo brabucón que era antes. Se escapó como una liebre asustada, y estuvo temblando y escondido hasta tu resurrección misma. ¡Qué razón tenía tu tío cuando decía que elegiste a esos doce para supiéramos que cualquier podía ser discípulo tuyo! Bien bajo pusiste el listón. Aquella noche, desde luego que se lucieron.



C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.» Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:
S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?»
C. Él dijo:
S. «No lo soy.»
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contestó:
+ «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.»
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaban allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?»
C. Jesús respondió:
+ «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?»
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:
S. «¿No eres tú también de sus discípulos?»
C. Él lo negó, diciendo:
S. «No lo soy.»
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. «¿No te he visto yo con él en el huerto?»
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.

¡Cómo se las ingeniaron los malditos para llevarte ante Pilatos! ¡Cómo revolvieron a la turba para que gritaran pidiendo tu muerte!, babeando ante tu sangre derramada como perros rabiosos. ¡Cómo no sufrir cada vez que lo recuerdo! Si tú eres como un hijo de mis entrañas y tu dolor es el mío multiplicado, tu dolor me duele más que a ti mismo … Algo se me rompió para siempre cuando te vi salir a aquel Enlosado, humillado, maltratado, deformado. Si me pasé la vida cuidándote junto a mis hijos e hijas, curándote las heridas, cociendo el pan a tu gusto, cosiéndote túnicas nuevas año tras año.

Tu madre se derrumbaba a mi lado. Yo misma no sé cómo me mantuve en pie. Y la de Magdala solo sabía gritar tu nombre, hasta que se quedó sin voz. El pobrecillo de Juan no sabía qué hacer, ni qué decir, sujetaba a tu madre hasta hacerle daño, como asiéndose él mismo a lo que quedaba de ti, para no sucumbir en aquel tormento.

Aquel tormento nos arrasó, aquella cruz se me clavó en el alma y aún sigue allí. Era imposible no ver allí clavado a mi niño, al que yo acuné, al cuidé tantas noches, cuando venías a dormir con tus primos, al que velé con su madre cuando estaba enfermo, al que vi crecer hasta hacerse un hombre bueno y guapo.

Aún después de verte resucitar, sigo sin entender nada, ¿por qué es necesario tanto dolor? ¿por qué seguirá siéndolo? ¿por qué ni siquiera bastó con tu muerte? 

-Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?»
C. Le contestaron:
S. «Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.»
C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.»
C. Los judíos le dijeron:
S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie.»
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»
C. Jesús le contestó:
+ «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
C. Jesús le contestó:
+ «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
C. Pilato le dijo:
S. «Conque, ¿tú eres rey?»
C. Jesús le contestó:
+ «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»
C. Pilato le dijo:
S. «Y, ¿qué es la verdad?»
C. Dicho esto, salió otra vez donde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»
C. Volvieron a gritar:
S. «A ése no, a Barrabás.»
C. El tal Barrabás era un bandido. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. «¡Salve, rey de los judíos!»
C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. «Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.»
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. «Aquí lo tenéis.»
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.»
C. Los judíos le contestaron:
S «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.»
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:
S. «¿De dónde eres tú?»
C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:
S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?»
C. Jesús le contestó:
+ «No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.»
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. «Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.»
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman "el Enlosado" (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:
S. «Aquí tenéis a vuestro rey.»
C. Ellos gritaron:
S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?»
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. «No tenemos más rey que al César.»
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.


Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos.» Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. «No, escribas: "El rey de los judíos", sino: "Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos."»
C. Pilato les contestó:
S. «Lo escrito, escrito está.»
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. «No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca.»
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
+ «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»
C. Luego, dijo al discípulo:
+ «Ahí tienes a tu madre.»
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:
+ «Tengo sed.»
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ «Está cumplido.»
C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.»

¿Por qué tuviste que hacernos pasar por aquello Jesús?, ¿por qué tu madre tuvo que limpiar tu cuerpo frío y destrozado? … Como si tu cuerpo fuera un tesoro, lo lavamos y perfumamos durante horas, como si aquellos ungüentos fueran a quitarte el daño que te habían hecho, como si fueran a devolverte a la vida. El buen José de Arimatea nos lo facilitó todo, Yahvé lo recompensará. Y nosotras te vendamos, te besamos y te abrazamos, como hubiéramos hecho en el Gólgota si nos hubieran dejado acercarnos, como seguiríamos haciendo si no te hubieras ido ...

¡Pobres mujeres que pretenden sanarlo todo con abrazos! … Ojalá el mundo fuera nuestro para que reinasen la vida y los cuidados, ese orden cotidiano que lo sustenta todo y nos hace seguir adelante, aunque sea para amortajar a los que más queremos …


Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.




Imagen obtenida de Pixabay: https://pixabay.com/es/photos/mary-madre-de-dios-inmaculado-1504219/

lunes, 15 de abril de 2019

Caminos en el desierto. Poema para Perdi

Foto de la autora. Guadianilla. Mérida 2019


Hoy salí a espantar mis demonios.
Caminé despacio 
entre los árboles.
Me acerqué al río,
y al puente,
y al viento.
Pero nada les atrajo más que yo,
y todos se quedaron conmigo. 

Por eso volví al desierto,
al que Tú me enviaste en otro tiempo
para salvarme de mí misma,
sin más asidero 
que tu mano invisible. 

Tu mano,
mis demonios 
y la soledad infinita.

No me culpes si
a veces,
añoro la esclavitud perdida
e invoco a baales de oro
hechos de mis despojos.

No me culpes.

Sabes que volveré al camino,
a esperar contra toda esperanza,
a sembrar donde nadie siembra.
Antes o después,
volveré al camino.

Aún con mis lágrimas rodando
mejilla abajo
en un cauce continuo,
aún con mis hijos temblando
ante el porvenir incierto,
sabes que volveré al camino.

Que no me suelte entonces tu mano
es lo único que pido,
porque sé que mis demonios 
seguirán conmigo.

Mis demonios
y la soledad infinita.