martes, 8 de diciembre de 2020

Viajes en el tiempo

 

Foto de la autora. Otoño en la Isla del Guadiana 2020


Hay veces que viajo en el tiempo.

Salta un resorte secreto,

uno que desconozco,

nunca sé por qué despierta

ni por cuánto tiempo.

 

Solo sé que me lleva siempre a aquel instante,

a ese preciso momento

en que aferraba tu mano

y desgranaba un rosario de madera.

 

Viajo en el tiempo y nos veo,

tú despidiéndote en silencio,

mirando hacia lo invisible

como sin darle importancia.

Yo viéndote ir

lentamente.

 

Mi corazón detenido en tus ojos abiertos.

Ni una lágrima.

Ni un suspiro.

Solo mis ojos fijos en los tuyos.

 

Aquel momento sagrado

lo cubrió todo.

Toda mi alma.

Todos los cielos.

Todo el futuro.

 

Todo el dolor se adormeció

por unas horas,

unos días,

unos meses.

 

Hasta que tu ausencia se impuso,

y el vacío y el desconcierto,

y esa angustia que solo se diluía con lágrimas.

Todas las que no lloramos entonces.


Viajo en el tiempo y nos veo.

Sigo diluyendo la angustia.

Pero ahora sé que todo está bien.

Cada uno hacia su destino

y tú en cada uno de nuestros pasos.

viernes, 20 de noviembre de 2020

Mi cabeza es una batidora

Mi cabeza es una batidora

con los desvelos de mi madre

y mis tareas pendientes,

mis hijos, 

mi mitad cansada

y mi mitad pacífica,

mi mitad angustiada también,

esa que respira lágrimas sin oxígeno. 


El mundo y sus heridas 

también se baten en mi cabeza,

entre el caos doméstico

y la risa y los abrazos 

de los niños,

de mi madre, 

de mis amigas del alma,

de mi mitad refugio.


Y ese Espíritu que sobrevuela

y es más fuerte que todo.

Y el Más Allá entero

con su trasmundo,

y mi padre muerto

y su amigo Lalo.


Todo se bate en mi cabeza.

Todo al mismo tiempo, a veces,

hasta que salgo y contemplo.


Una nube,

una rama y sus hojas,

un canto rodado

cortando el río,

un petirrojo

buscando un charco,

un caracol en la noche,

un retoño de encina,

una mariposa blanca,

una colonia de gatos. 


Todos respiran tranquilos,

habitan su propia historia,

la realidad sin ideas.

Y puedo escuchar cómo dicen

adora

y confía,

 adora

y confía,

adora

y confía.

Luces, abrazos y funambulistas

Atravieso la calle

de lado a lado

y el asfalto se vuelve un hilo

de cable fino 

de acero y oro.

Se derrite bajo mis pies

y me abrasa.


Miro abajo, hacia el vértigo.

Miro al frente y no hay nada.

Miro atrás y está oscuro.

Miro dentro y aprendo

pasos de funambulista.


Avanzo hacia la otra acera.

Se adivina una luz lejana,

una pequeña llama

titila y crece,

ilumina cuatro sonrisas,

muchas palabras

y un abrazo.


No necesito más para el camino.


sábado, 3 de octubre de 2020

Versos para un cierre


Tengo cincuenta años

y no sé nada.


Comparo las cuentas de un año

con las del siguiente.

Calculo disparates

que se aceleran en sudores fríos.

Y llamo a Rocío 

anticipando su angustia.


No sé cómo decirle que todo está mal,

que hay que empezar desde el principio,

doce meses atrás.

«Pobre mía»,

pienso,

«otra tarea más

para su vida sin tiempo»,

sigo pensando.

La adrenalina asoma ya a los ojos.


La llamo

antes de que me falte el oxígeno:

—Rocío no cuadra nada no sé por qué yo te ayudo no te preocupes.

Responde tranquila,

sus céntimos coinciden,

sumisos,

doblegados por su mano experta.

Segura de sí,

no como yo, 

a mis cincuenta años de no saber nada.


Me tranquiliza su tono

y vuelvo a la pantalla

La repaso en todos los detalles y

allí está,

un año que pasó hace tiempo.

Una puerta abierta

que no debía estar,

y se coló sin piedad 

para recordarme lo obvio:

estoy en tierra extraña,

en terrenos inhóspitos que me agotan

a mí,

que trabajo sobre un mundo entero

cubierto de libros de poemas,

que viajo en el vuelo de una mosca

y convierto en versos un cierre contable.


Menos mal que me salvan los amigos 

y el propósito,

y el día con su afán concreto,

y Rocío con su horizonte sereno y amable,

y su risa con lágrimas,

y su llamada en el momento exacto en que me rompo,

como si me viera a través de los kilómetros.


Todo me salva,

tanto 

y tan incontable,

que quizá ya esté salvada

y lo poco que sé

no importe.


domingo, 27 de septiembre de 2020

Palabras y dudas


Ya espera el día afuera

con su cuota de fealdad y de tristeza.

Más allá, se vislumbra la crueldad

y el desamparo.


Solo las palabras nos salvan,

y la risa traviesa de los niños.


No todas las palabras.

Algunas destilan angustia,

otras odio,

muchas,

nada.

 

Quiero escogerlas bien

antes de salir al día,

vestirme con ellas y armarme de valor

y de dudas.

Quiero.

No siempre puedo.

Estos tiempos acelerados

agotan todos los propósitos.

Por eso repetiré el mío 

cada día que comience:


Me armaré de palabras escogidas

y de dudas amables,

contendré así la ira y el desconsuelo,

no les daré tregua, ni respiro.

Si acaso una vez al mes,

para que se asomen un poco 

y me recuerden

que aún no han muerto,

que solo morirán conmigo.

martes, 1 de septiembre de 2020

La sonrisa de Manuela. Palabras de despedida


Hola Madre Manuela, creo que hablamos en nombre de todos cuando digo que nos enseñaste los verdaderos valores de la vida. Sonreías constantemente, incluso después de cada cansancio, con esas ganas de superación y de querer a los demás.”

Así comienza una carta de despedida que han escrito a Madre Manuela 5 alumnas de 3º de la ESO, una carta que Perdi le leyó al oído cuando ella ya no podía escuchar (o quizá sí), una carta que seguro que ya guarda en su corazón y que termina diciendo que la queremos mucho y que su huella en nosotros es ya imborrable.

Emocionan la sencillez y la profundidad con que estas amigas la describen. Emocionan porque sus palabras reflejan como en un espejo la sencillez y la profundidad de la propia Madre Manuela, y revelan hasta qué punto fue una educadora eficaz desde sus pequeñas tareas. Tan era así, que no era raro que, cuando te encontrabas con ella, sin darte cuenta, seguías tu camino más alegre, y con el propósito de ser un poco mejor.

Madre Manuela, a nuestros ojos, era inmensamente grande en su pequeñez, de forma natural, quizá sin conciencia si quiera de serlo. Desde su segundo plano y desde su compromiso alegre con sus tareas concretas, con sus abrazos y sus golosinas, lograba que el Amor de Dios mismo se manifestara y se convirtiera como en un imán. No hay forma más eficaz de educar (ni de evangelizar).

Manuela lo conseguía sin esfuerzo, a pesar de su (aparente) poca relevancia en nuestro exigente modelo educativo, porque sentíamos que toda ella era verdad. 

Y es que la verdad, como dice Pablo D´Ors al escribir sobre Foucald, no está arriba, sino abajo; no es grande, sino pequeña; no es ostentosa, sino insignificante, porque a Dios le gusta camuflarse en lo que no es Dios. 

Hoy sabemos, de alguna forma, que Dios mismo se camuflaba en la sonrisa de Madre Manuela.

La echaremos mucho de menos, pero aún con la tristeza y el dolor de las despedidas, solo podemos dar gracias por el regalo de su vida, con la certeza de que su recuerdo y su ejemplo seguirán inspirándonos y alegrándonos el camino.

sábado, 8 de agosto de 2020

El viaje de todos nuestros veranos. Relato.

 

Antes de hablarme, el abuelo dejó de caminar, se pasó el pañuelo por la frente y buscó mis ojos levantando un poco la cabeza.

—Siéntate a mi lado en la mesa, me falla un poco la cadera y así me ayudas a levantarme cuando terminemos. —No habíamos llegado al hotel, y en su cabeza ya estaba planificando la vuelta. El mismo ritual de todos los años.

Íbamos caminando despacio, al ritmo de su bastón. Los demás ya habrían llegado, pero él no tenía prisa. A fin de cuentas, era su cumpleaños. ¡Qué demonios! Se detuvo de otra vez. No podía hablar y caminar al mismo tiempo.

—Noventa y un años, Pablo —dijo levantando los brazos y el bastón.

—Ten cuidado abuelo, que como pase alguien cerca se lleva un bastonazo gratis.

Se secó la frente de nuevo y seguimos caminando. La Peña de Francia se veía con nitidez muy arriba de nuestras cabezas. Se lo hice notar. Y se paró de nuevo.

—Es un día claro, desde el Santuario igual se ve hasta Salamanca —exageró—. Podemos subir después de comer, a ver qué le parece a tu abuela.

Seguimos caminando. Cuando llegamos a nuestra mesa todos esperaban de pie, charlando animadamente con las mascarillas puestas. Mis primos pequeños correteaban por el césped, impacientes y divertidos. El abuelo iba de mi brazo, detuvo sus pasos oscilantes, se sentó y me hizo sentarme a su lado. La abuela se sentó en frente y lo miró preocupada.

—Le he pedido a Pablo que se siente a mi lado, porque quiero que cuando estemos en casa me acompañe al cementerio y tenemos que ultimar algunos detalles. Lo he hablado con él y no le importa. Espero que a vosotros tampoco.

—Papá por Dios, todos los años igual —protestó mi tío Enrique—. Venimos todos a La Alberca a celebrar tu cumpleaños, y en vez de disfrutar, te empeñas en que parezca una despedida. ¡Con lo bien que estás!

—¿No veis? A todos os agobia el tema, y yo no viviré mucho más.

—Pues llevas diciendo eso mismo hace más de diez años, y sigues perfectamente, igual se muere cualquiera de nosotros antes que tú —le interrumpió mi tía Marta.

–Eso lo dices porque no asumes la realidad. Y para mí es importante que lo hagáis y que estéis tranquilos, como Pablo, que por algo es cura y psicólogo. Él ya sabe dónde está el nicho que he comprado, y quiero que a la vuelta venga conmigo a elegir el mármol de la lápida, el tipo de letra y el epitafio que quiero poner. Es una sorpresa, ya veréis qué bonito.

Al abuelo le brillaban los ojos mientras continuaba diciendo todo lo que tenía pensado para su sepultura, su afán planificador no tenía límite. Quería seguir contando los detalles de la misa funeral que iba a preparar conmigo, pero mis tíos y mis padres estallaron y comenzaron a intervenir todos a la vez, atropelladamente, unas voces sobre las otras, todas dando mil razones para quitarle la suya, y lograr que cambiase de tema. La pobre abuela movía la cabeza disgustada.

Yo miraba a lo lejos. Ni una nube en el cielo. El horizonte estaba plagado de castaños. Podía imaginar el manto de helechos que crecía bajo los árboles, en la umbría, alfombrando todo el monte hasta rozar los caminos. Debajo de los helechos, crecerían hierbecitas silvestres y se afanarían insectos diminutos. ¡Qué pena no saber sus nombres! Tendría que haber sido botánico, o guarda forestal. A un botánico su abuelo no lo llevaría al cementerio a preparar su sepultura. Empecé a oír una música a lo lejos, como de monjas de clausura. A unos kilómetros está el convento de El Zarzoso, pero no podía ser que llegaran hasta allí sus cánticos. ¿O sí?

—Pablo, Pablo, hijo mío, vuelve en ti. —Mi madre lloraba a mi lado con la cara desencajada. Los demás iban y venían y hablaban por el móvil con nerviosismo. Un desconocido me tomaba el pulso, no podía verle la cara detrás de toda esa protección que llevan ahora los sanitarios. Le sonreí y quise hablar, pero no me salía la voz. El abuelo me miraba preocupado algo más lejos, le sonreí también.

—No te apures Pablete, le diré a tu padre que me acompañe al cementerio. Ya podías haberme dicho que a ti también te agobia el tema, menudo cura estás hecho —bromeó.

Entonces empecé a reír a carcajadas. Y el médico se puso a bailar a mi alrededor.

—Pablo, ¿qué te pasa? Deja de reírte, que todavía es de noche, por favor.

—¡Mamá qué susto! ¿Qué pasa? ¿Qué hora es?

—¡Las cuatro de la mañana! Y a las nueve nos vamos a La Alberca al cumpleaños de tu abuelo. Duérmete ya, y ¡deja de hacer ruido!

Me tapé la cara con la almohada y seguí riendo un rato. ¡Cómo me alegraba de estar estudiando Ciencias Políticas! Y con la sonrisa puesta me dormí, pensando en mis abuelos y en el viaje de todos nuestros veranos.


Nota de la autora: Este relato quiere ser un pequeño homenaje a todos nuestros abuelos y abuelas, y a su forma generosa de entender el mundo y la vida. Ojalá aprendamos de su ritmo pausado y reflexivo, y de cómo saborean cada momento que pasamos con ellos. Ojalá podamos acompañarles aún muchos veranos y muchos inviernos, y nuestra compañía les ayude a transitar por sus últimos años con paz y alegría.

viernes, 10 de abril de 2020

Sed perfectos

Hubo un tiempo,
quizá dos tiempos,
en que la vida era un fracaso
continuo y vertiginoso.
Y no sé por qué.

Quizá por la inercia voraz
o por ese afán de perfección,
tantos ideales falsos,
o la misma idea de Dios 
y su poder omnímodo.

Todo era ridículo
como un anuncio de perfume.
Yo tan lista,
tan chispeante,
tan absurda.

Ya pasó todo
gracias a Dios
(invoco al débil,
al caído una vez y otra,
al compañero de muertes
y de llantos).

Y hoy soy feliz,
hoy viernes santo,
en una pandemia global,
donde todo lo que necesito
está a tres manzanas
y tanto nos reconfortan
los abrazos 
y el silencio.

sábado, 21 de marzo de 2020

Versos de pandemia

Se curaron todos los que no murieron 
de pena o de coronavirus.

Y la vida siguió
como sigue siempre,
con el dolor a cuestas,
y la risa escapando a veces
por las rendijas.

Siguió la vida
deshilándose y reconstruyéndose,
abriéndose paso entre vivos y muertos,
entre este mundo y el otro,
más allá de la tristeza y del olvido.

Mi padre murió hace seis años.

El lunes de nuevo ese instante
congelado en el tiempo,
con su mano en la mía
y su dolor en mis ojos.

Inmensa fortuna 
en estos tiempos desgarrados 
de duelos sin abrazos.
Adioses desde lejos,
sin palabras, 
sin silencios.
Ni un solo beso de despedida.

Fuimos afortunados.

El lunes lo recordaremos en casa.
Cada uno en la suya.
Y un amigo dirá una misa
en una capilla vacía.
#Tiempodecoronavirus





sábado, 1 de febrero de 2020

Historias pequeñas de cumpleaños

Foto de la autora. Anochece entre amigas, El Puerto de Santa María enero 2020. 

El día que aprendí a hablar
mi madre me anunció su muerte,
con ese afán tan suyo
de curar heridas 
antes de que aparezcan.

Casi cincuenta años después,
muchos son los que se han ido,
y yo sigo ignorando
y temiendo
aquel anuncio. 
También hoy, 
en la hora que suma otro año.

No sabe que el día que se cumpla presagio
y yo no pueda estar atenta
a sus locuras y sus tristezas,
sus soledades y su risa,
su bondad y sus agobios, 
su lógica particular,
su ritmo vertiginoso,
su inconformismo, 
su rebeldía,
su energía agotadora,
sus dolores,
su oración continua ...

ese día ...

me desharé en todas mis lágrimas
contenidas desde niña.

Pero me recompondré,
como ella quiere,
con tiempo,
con mucho tiempo,
y con su amor infinito y eterno.

Solo así podré seguir 
bregando contra el absurdo.

sábado, 11 de enero de 2020

Amor, silencio y olvido

Imagen de María Manzano. Agosto 2019

Hoy visité la tumba de mi padre
para recuperar el sentido de los días.
La visité como tantas veces,
para borrar el miedo
y aplacar la ira.
"Todo es misterio",
me repite.
"Nadie tiene tus respuestas".
...

"Búscalas en la luz del viento,
en el sonido del árbol,
en los reflejos del agua, 
en el rumor del ocaso."
...

"Todos se irán,
bien lo sabes,
cada uno a su tiempo.
Pero quedarán la risa
y los abrazos.

No busques más.
Nada más.
Pase lo que pase,
nada es absurdo.
Al final,
después de todo,
la vida es esto.

Amor,
silencio
y olvido."