lunes, 26 de enero de 2015

Regalos de luz

De paso hacia la nada. Foto de la autora



Hondo es el dolor
de sabernos de paso
en un mundo
donde nada nos pertenece
y todo está hecho de cenizas.

Hondo es el dolor.
Y su regusto a polvo
nos va amargando un viaje
triste y oscuro.
Siempre avanzando entre sombras.

Aunque algunos,
sólo unos pocos,
logran ver rayos de luz
entre la maraña de tristezas,
y descubren con ellos
tesoros invisibles:

El viento celeste
que sopla siempre furioso
y borra todos los grises.

Las palabras mágicas
que convierten las cenizas
en polvo de estrellas.

Las sonrisas infinitas
que hablan de la Vida y su esencia,
y sólo miran,
tenaces y eternas,
lo más valioso del camino. 

Libre es su corazón,
que se sabe de paso,
en un mundo 
donde nada les pertenece
y todo está hecho de cenizas.



4 de octubre de 2011

lunes, 19 de enero de 2015

Mi amigo Mosqui

El cielo desde el silencio. Foto de la autora


De pequeña siempre quise tener un amigo astronauta o meteorólogo. Uno que conociera bien el cielo y me contara todas las historias de allá arriba, que me enseñara los senderos luminosos, pintados con estrellas, y me trajera una de ellas en una pequeña caja.

Pasó el tiempo y me hice mayor. Y un día me puse a repasar la profesión de todos mis amigos. Ninguno era astronauta. Tampoco conocía a ningún meteorólogo. Y eso que tengo mogollón de amigos. Pero, pensando, pensando, descubrí que tenía un amigo más fantástico que todos los astronautas de la historia juntos.

Es un amigo muy grande, con ojos pequeños llenos de luz por dentro, como dos rendijas sonrientes y luminosas. Siempre que te ve te abraza, porque es de los que salen con muchos abrazos puestos para regalarlos todos. Y cuando te habla, te convence enseguida de que tú eres alguien valioso, capaz de grandes hazañas, que todo merece la pena. Todo, menos estar triste. Me gusta mucho verle por la calle, porque siempre vuelvo a casa más contenta.


Su madre me contó hace poco, que es así porque, de pequeño, encontró una estrella dentro de una vasija romana, sus preferidas, y jugando a los romanos se la tragó. Y es que los romanos eran muy tragones. Mi amigo lo sabe bien, que andando el tiempo, se hizo arqueólogo para encontrar muchos tesoros. Y siempre conservó la luz de aquella estrella asomándole a los ojos. Por eso, a su lado nadie necesita un amigo astronauta. A mí ya no me hace falta. ¡Menos mal que uno se hace mayor, para darse cuenta de lo que realmente importa!


martes, 13 de enero de 2015

Otros mundos posibles



Imagen: Isabel García-Moreno Ramírez

El Dolor del Mundo,
lacerante y brutal,
me cuestiona a diario sin tapujos.

Llama a mi puerta por la mañana
y entre lágrimas de rabia y  tristeza,
me muestra su catálogo infinito.

Va pasando las hojas despacio,
exhausto bajo el peso de tanta angustia.

Me muestra las víctimas de la maldad,
las del poder,
las de las grandes causas,
las de la indiferencia,
las de la sinrazón,
las de la estupidez,
las de la enfermedad,
las del abandono,
las de la catástrofe,
las de la mala suerte,
las de sí mismas.

El dolor de los niños y los ancianos,
de las madres y los abuelos,
de los padres y los amigos.

El dolor de los que no tienen nada,
ni a nadie,
para los que su propio hueco
es un lugar inmenso, oscuro y vacío.

El Dolor del Mundo
me interpela directamente a los ojos
y yo sólo puedo volver la cara
y cerrarle la puerta
para buscar la Esperanza
entre mis cosas pequeñas.
Pintarla si hace falta
con la risa de los niños,
y el abrazo de los que más quiero.

Ya pasó la juventud optimista
que no sabía de límites,
que pensaba que todo era posible:
cambiar el mundo,
cambiar el alma,
sembrar sonrisas
y recoger obras felices.

Hoy sé que el triunfo siempre es del Poder,
de la Ambición,
de la Intriga y el Propio Interés.
Nunca del ajeno.
Todo al servicio del más fuerte.
Toda la maldad siempre por delante.

Pero todo triunfo es tramposo.
También lo sé.
Pura apariencia de éxito
que no escapará al Dolor,
y será pasto de su propia miseria,
diluído en una mueca negra y repulsiva.

Ya no aspiro a entenderlo todo:
la alegría y el sufrimiento,
la fe y el desengaño.

Sólo aspiro a distinguir la Luz
entre tanta oscuridad,
para afrontar el Dolor
con serenidad y paciencia,
sin esperar demasiado,
confiando sólo en quien lo merezca,
puesta siempre mi Esperanza
entre mis cosas pequeñas.



7 de junio de 2011







sábado, 10 de enero de 2015

El día que murió Suárez

Hilos de luz a la puerta del cementerio de Montijo. Foto de la autora

El día que murió Suárez también la muerte visitó mi casa y quiso el destino que la viera de cerca, más que nunca antes. 

Pude sentirla respirando a mi lado, destejiendo los hilos que nos unen a la vida, lenta e inexorablemente, mientras una paz extraña se instalaba en el aire y me volvía ajena a todo ese revuelo incomprensible de caras dolientes, palabras inútiles y decisiones perentorias.

Allí estaba yo y allí sigo: en el momento preciso en que el último hilo de vida se convirtió en luz y empezó a iluminar tantas preguntas, todas aún sin respuesta.

Los días siguen discurriendo desde entonces, con su carga de inercias obligatorias, nuevas aventuras y frentes infinitos. Pero todo parece irreal ante ese abismo que se abrió entre el trasmundo y yo, ese abismo que tú cruzaste y me dejó tan huérfana. 

Sigo sentada al borde por si te veo a lo lejos. Y cuando nadie me observa, le tributo miles de lágrimas como única forma de llenar el vacío.

Me consuela saber que tienes ya todas las certezas, aunque mi catálogo de incertidumbres sea cada vez más amplio. Me consuela saberme heredera de todos tus afanes, porque, aún agotada y dolorida, tengo una misión que cumplir que da sentido al resto de mis días.


A fin de cuentas soy muy afortunada, porque vi que fuiste hasta el final el capitán de tu alma, y sé que Nada es Absurdo y tus hijos serán siempre dueños de su destino.