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Imagen: Isabel García-Moreno Ramírez |
El
Dolor del Mundo,
lacerante
y brutal,
me
cuestiona a diario sin tapujos.
Llama a
mi puerta por la mañana
y entre
lágrimas de rabia y tristeza,
me
muestra su catálogo infinito.
Va
pasando las hojas despacio,
exhausto
bajo el peso de tanta angustia.
Me
muestra las víctimas de la maldad,
las del
poder,
las de
las grandes causas,
las de
la indiferencia,
las de
la sinrazón,
las de
la estupidez,
las de
la enfermedad,
las del
abandono,
las de
la catástrofe,
las de
la mala suerte,
las de
sí mismas.
El
dolor de los niños y los ancianos,
de las
madres y los abuelos,
de los
padres y los amigos.
El
dolor de los que no tienen nada,
ni a
nadie,
para
los que su propio hueco
es un
lugar inmenso, oscuro y vacío.
El
Dolor del Mundo
me
interpela directamente a los ojos
y yo
sólo puedo volver la cara
y cerrarle
la puerta
para
buscar la Esperanza
entre
mis cosas pequeñas.
Pintarla
si hace falta
con la
risa de los niños,
y el
abrazo de los que más quiero.
Ya pasó
la juventud optimista
que no
sabía de límites,
que
pensaba que todo era posible:
cambiar
el mundo,
cambiar
el alma,
sembrar
sonrisas
y
recoger obras felices.
Hoy sé
que el triunfo siempre es del Poder,
de la Ambición,
de la
Intriga y el Propio Interés.
Nunca
del ajeno.
Todo al
servicio del más fuerte.
Toda la
maldad siempre por delante.
Pero
todo triunfo es tramposo.
También
lo sé.
Pura
apariencia de éxito
que no
escapará al Dolor,
y será
pasto de su propia miseria,
diluído
en una mueca negra y repulsiva.
Ya no
aspiro a entenderlo todo:
la alegría
y el sufrimiento,
la fe y
el desengaño.
Sólo
aspiro a distinguir la Luz
entre
tanta oscuridad,
para
afrontar el Dolor
con
serenidad y paciencia,
sin
esperar demasiado,
confiando
sólo en quien lo merezca,
puesta
siempre mi Esperanza
entre
mis cosas pequeñas.
7 de junio de 2011