La vida son recuerdos
dormidos bajo el Olivo.
Y sé que cuando tú mueras
todos se irán contigo
como quien sigue a su dueño.
Recuerdos de mesa puesta
y filetes rusos,
de bullicio de risas
y conversaciones cruzadas,
atropelladas de cariño
e impaciencia,
protestas adolescentes,
niños creciendo,
y los que fueron llegando.
Y más niños creciendo
de los que antes fuimos,
y un coche que hay que arreglar
siempre a la hora de la siesta.
Ese Olivo tiene mi voz
y tu risa
en cada nudo de su tronco,
en cada una de las ramas
a las que no trepé
(ese miedo absurdo
que aún me persigue).
Tiene aún tus bromas pesadas,
y mi paciencia infinita
o mi rabia,
y aquel columpio mágico y centenario
en el que todos volamos,
primero con ayuda
y después sin límites.
dormidos bajo el Olivo.
Y sé que cuando tú mueras
todos se irán contigo
como quien sigue a su dueño.
Recuerdos de mesa puesta
y filetes rusos,
de bullicio de risas
y conversaciones cruzadas,
atropelladas de cariño
e impaciencia,
protestas adolescentes,
niños creciendo,
y los que fueron llegando.
Y más niños creciendo
de los que antes fuimos,
y un coche que hay que arreglar
siempre a la hora de la siesta.
Ese Olivo tiene mi voz
y tu risa
en cada nudo de su tronco,
en cada una de las ramas
a las que no trepé
(ese miedo absurdo
que aún me persigue).
Tiene aún tus bromas pesadas,
y mi paciencia infinita
o mi rabia,
y aquel columpio mágico y centenario
en el que todos volamos,
primero con ayuda
y después sin límites.
Allí siguen
muchas de mis horas muertas,
meciéndose,
soñando aquellos paisajes
que nunca llegaron.
Solo llegaron recuerdos,
los que ahora yacen dormidos
bajo el Olivo,
sobre el berrendo,
bailando lentos
con la mecedora de rayas,
dibujando charlas pausadas
sobre la línea del río
(precioso tiempo detenido
que ya no existe),
subiendo y bajando por el camino
para encontrar espárragos
o cortar hinojos.
Allí siguen mis recuerdos
dormidos.
muchas de mis horas muertas,
meciéndose,
soñando aquellos paisajes
que nunca llegaron.
los que ahora yacen dormidos
bajo el Olivo,
sobre el berrendo,
bailando lentos
con la mecedora de rayas,
dibujando charlas pausadas
sobre la línea del río
(precioso tiempo detenido
que ya no existe),
subiendo y bajando por el camino
para encontrar espárragos
o cortar hinojos.
Allí siguen mis recuerdos
dormidos.
Ojalá no despierten nunca
porque cuando lo hagan
porque cuando lo hagan
sé que me contarán,
impasibles,
que todos habéis muerto.