sábado, 3 de octubre de 2020

Versos para un cierre


Tengo cincuenta años

y no sé nada.


Comparo las cuentas de un año

con las del siguiente.

Calculo disparates

que se aceleran en sudores fríos.

Y llamo a Rocío 

anticipando su angustia.


No sé cómo decirle que todo está mal,

que hay que empezar desde el principio,

doce meses atrás.

«Pobre mía»,

pienso,

«otra tarea más

para su vida sin tiempo»,

sigo pensando.

La adrenalina asoma ya a los ojos.


La llamo

antes de que me falte el oxígeno:

—Rocío no cuadra nada no sé por qué yo te ayudo no te preocupes.

Responde tranquila,

sus céntimos coinciden,

sumisos,

doblegados por su mano experta.

Segura de sí,

no como yo, 

a mis cincuenta años de no saber nada.


Me tranquiliza su tono

y vuelvo a la pantalla

La repaso en todos los detalles y

allí está,

un año que pasó hace tiempo.

Una puerta abierta

que no debía estar,

y se coló sin piedad 

para recordarme lo obvio:

estoy en tierra extraña,

en terrenos inhóspitos que me agotan

a mí,

que trabajo sobre un mundo entero

cubierto de libros de poemas,

que viajo en el vuelo de una mosca

y convierto en versos un cierre contable.


Menos mal que me salvan los amigos 

y el propósito,

y el día con su afán concreto,

y Rocío con su horizonte sereno y amable,

y su risa con lágrimas,

y su llamada en el momento exacto en que me rompo,

como si me viera a través de los kilómetros.


Todo me salva,

tanto 

y tan incontable,

que quizá ya esté salvada

y lo poco que sé

no importe.