lunes, 20 de julio de 2015

Soplos de infinito




De niña 
supe que la muerte
es siempre el final del trayecto.
Que cualquier encuentro
es una despedida.
Cualquier afán,
un absurdo
ridículos 
todos los egos.

Ya entonces me dolía la Nada
y llegaba a sentir la angustia
de ese agujero inmenso.

Pero era una imagen débil
de lo que más tarde supe:

                 Puede arrasarte el Vacío
                 cuando lo siembran los muertos.

Superada la prueba terrible
queda aprender a sufrir.
Masticar la tristeza.
Sin aspavientos.
Mantener la esperanza
contra toda apariencia.
Descubrir horas felices 
donde nadie se aventura.
Exprimir todas las risas 
para aplicar su esencia.

Así
quizá
algún día
atisbe el soplo de infinito
que dicen que habita en todos.

También en los que se fueron.

Porque quizá la muerte
no sea el final del camino.
Sólo parte del fluir constante
con el que confundimos la vida.

miércoles, 15 de julio de 2015

Hojas de invierno


Revolotea la hojarasca a mi alrededor.
Se persiguen las hojas secas
en círculos,
como en un juego sin tregua.

Coreografía sonora.
Batir de alas quebradizas.

El viento del norte,
seco y frío,
no les da descanso.
Y brillan de nuevo
al sol de invierno,
con más afán
que cuando verdeaban en los árboles.

A penas se posan a mis pies
vuelven a levantar el vuelo,
dibujando figuras vertiginosas,
cambiantes cada segundo.

Se preguntan entonces, 
sin resuello,
para qué habrán muerto,
o si la muerte será esto.
Una danza eterna.

No saben que pronto serán cenizas.
Y entonces
ya no habrá nada
ni nadie
que les devuelva el sentido
de su leve existencia.